jueves, 22 de julio de 2010


He visto asimismo que todo trabajo y toda excelencia de obras despierta la
ENVIDIA DEL HOMBRE CONTRA SU PRÓJIMO. También esto es vanidad y aflicción de espíritu. (Eclesiastés 4:4)

El fin de la envidia

La envidia, como siempre se levanto temprano. Estaba dispuesta a infestar a todos aquellos que se encontrara en su camino. Era un día normal como todos aquellos a los cuales ella estaba acostumbrada. En su interior sabía de sobra, que su misión era minar con pensamientos y actitudes negativas y malsanas las mentes de los débiles e imperfectos seres humanos caídos de la gracia de Dios. Conocía al dedillo, por demás, que tenía poco tiempo para llevar a cabo su maquiavélica tarea.

Recordaba mientras se dirigía a sus diabólicas actividades, a todos los incautos que ella había hecho vivir una vida de miseria, angustias, sufrimientos y desesperos, por la fácil manera en que ellos querían conseguir todo lo que querían, no importándole quién o quiénes cayeran en el intento. Lo querían todo fácil. Cualquier precio que hubiera que pagar, pues todo apuntaba a satisfacer los antojos que les dictaran sus engañosos corazones.

Como siempre, sigilosamente se deslizo por las anchas calles de la ciudad, las cuales lucían desiertas y sin peatones. Impresionada por la situación que observaba, pensaba entre si: - Será un día más para seguir haciendo locuras.

La gente la observaba con asombro y lastima, no reconocían en ella la bondad de los tiempos reinantes. Todos atónitos sentían pena y lastima de su actitud, pues la envidia no se daba cuenta que las primeras cosas habían pasado y ya los seres humanos no se beneficiaban malsanamente de los malsanos malestares de esa terrible actitud y miseria humana, porque estaban soñando que viviría en el Milenio con Cristo.

Al verse en esa vergonzosa situación la pobrecita “Envidia”, no tuvo otra alternativa que desaparecer al ver que en ese mundo tan diferente y hermoso nadie le ponía caso. La verdad era que no había necesidad de eso, porque todas las personas eran iguales, tenían todos los mismos derechos y oportunidades y se amaban unos a otros y todos se sentían felices y contentos. No había ningún motivo en sus corazones para esa bajeza.

La pobrecita, se fue llorando. Desapareció y nunca más se supo de ella. Y colorín, colorado la envidia ha terminado. EPD. Amén.

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